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Déficit de la función ejecutiva en el síndrome de Asperger.
Las funciones ejecutivas son el constructo usado para describir actividades que comprometen un proceso cognitivo de alto nivel e implican la capacidad para operar en el ambiente con las conductas dirigidas a metas y objetivos, incluyendo una planificación y realización de conductas complejas ante cada situación.
Ozonoff, Pennington y Rogers (1991) definieron las funciones ejecutivas «como la capacidad de mantener un adecuado conjunto de resoluciones a un problema, de cara a conseguir una meta futura; incluye conductas tales como planificación, control del impulso, inhibición de respuestas prepotentes pero irrelevantes, mantenimiento del conjunto, búsqueda organizada y flexibilidad de pensamiento y acción.» Estos autores sugieren que algunas características del autismo tales como la insistencia en la igualdad, la rigidez y la inflexibilidad «son reminiscencias de déficit en funciones ejecutivas».
Si no hay déficit de la función ejecutiva el sujeto actúa manteniendo el foco de atención en el objetivo, inhibiendo otras respuestas o la reacción ante estímulos que no sean relevantes para la tarea. En las personas con SA la dificultad parece encontrarse en la habilidad para generalizar los pasos o estrategias concretas a otras situaciones nuevas, por lo que la generalización de las habilidades ha de ser objeto de procesos explícitos, sistemáticos y programados de enseñanza.
El concepto de «funciones ejecutivas» define la actividad de un conjunto de procesos cognitivos vinculada históricamente al funcionamiento de los lóbulos frontales del cerebro. La observación de pacientes con lesiones en estas estructuras ha revelado el importante papel que juegan en la ejecución de actividades cognitivas de orden superior.
Todas las conductas de función ejecutiva comparten la necesidad de desligarse del entorno inmediato o contexto externo para guiar la acción a través de modelos mentales o representaciones internas. La capacidad de planificar a fin de alcanzar una meta, mantener una estrategia con ese fin y las acciones necesarias para alcanzarlo, y posponer la necesidad de satisfacción inmediata, son todos componentes importantes de la función ejecutiva-constructiva (Gilberg, 2002). Por todo ello la función ejecutiva sería aquella que está orientada hacia futuras actividades útiles, concibiendo planes o entendiendo la relación de causa-efecto.
Sobre la hipótesis del «déficit en funciones ejecutivas» en personas con autismo destaca la escasa capacidad para inhibir conductas que son contextualmente prepotentes pero intencionalmente irrelevantes. Ozonoff plantea que las funciones ejecutivas de planificación y control son deficitarias tanto en el autismo de alto funcionamiento (AAF) como en el síndrome de Asperger (SA) aunque ambos grupos superen las tareas de la teoría de la mente. Está documentado que las personas con síndrome de Asperger tienen serios problemas con la función ejecutiva, incluyendo aspectos de la memoria de trabajo, atención y control de sus impulsos. La capacidad de planificar a futuro, la motivación, secuenciación y el concepto de horarios están, a menudo, poco desarrollados en las personas con Trastornos del Espectro Autista y, en las personas con síndrome de Asperger un pobre concepto del tiempo puede ser un problema discapacitante.
Hughes y Russell (1993) han encontrado que los niños y niñas con autismo tienden a ejecutar de modo perseverante e irrelevante tareas diseñadas para comprobar la capacidad de cambiar estrategias prepotentes pero irrelevantes por otras diferentes de cara a resolver un problema. Propusieron que esto ocurre porque los niños y niñas con autismo tienen una incapacidad de desengancharse de la estrategia previa. Concluyen diciendo que «en general, los sujetos autistas exhibían un menor nivel de capacidad ejecutiva». Sin embargo, otros autores piensan que los déficits en funciones ejecutivas podrían explicarse desde la perspectiva de la débil coherencia central propuesta por Frith. Happé, por ejemplo, señala que la teoría de la débil coherencia central «predice que las personas con autismo tendrían alteraciones en algunas pero no en todas las funciones ejecutivas, puesto que sólo algunas de tales funciones requieren la integración de estímulos en el contexto. Así por ejemplo, una función ejecutiva tal como «la inhibición de respuestas prepotentes pero incorrectas» puede reformularse en términos de coherencia. La persona con autismo y con débil coherencia central puede parecer que tiene un déficit en función ejecutiva de este tipo debido a su fracaso en procesar significados dependientes del contexto».
En los casos con esta disfunción es importante proporcionar la estructura externa a fin de compensar la falta de habilidades de estructuración interna, por ejemplo en el ámbito educativo.
Suele considerarse que aunque los déficits en las interacciones sociales y los comportamientos excéntricos son características que persisten durante toda la vida, la adaptación a nivel socio-laboral y la interacción familiar, así como el nivel de autonomía, parecen más favorables en el síndrome de Asperger que en otras formas de TEA como el autismo clásico.
Sin embargo, características como el perfeccionismo rígido que lleva a retrasar la realización de las tareas, la desmotivación, la dificultad para comprender términos abstractos, la inatención, los problemas de organización, gestión y uso del tiempo, la escasa comprensión de las normas laborales implícitas, la escasez de habilidades empáticas, las conductas extravagantes, la rigidez mental y comportamental, etc., limitan el éxito académico de las personas con cualquier modalidad de TEA así como su desempeño profesional.
Un entorno estructurado hace que el aprendizaje aumente y los problemas de conducta disminuyan ya que se aborda el déficit, severo, en la función ejecutiva. En un entorno controlado disminuyen las dificultades de planificación de tareas y las de visualización de imágenes globales y mejora la flexibilidad mental, que parecen ser alteraciones primarias y nucleares de todos los TEA con independencia de su nivel cognitivo.
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Fuentes:
(1). Baron-Cohen, S. Autismo y síndrome de Asperger. 2010, Alianza editorial.
(2). Sobre la relación de la teoría de la mente con la pragmática puede consultarse “El conocimiento pragmático: el lenguaje en la mente” de M. Victoria Escandell Vidal, en Introducción a la pragmática, 1996, ed. Ariel lingüística.
(3). Análisis y propuestas para la intervención en los trastornos del espectro autista. Javier Tamarit. Equipo CEPRI. 5º Congreso Autismo-Europa. Barcelona, Mayo de 1996.
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