
Salud vs. enfermedad. Relación con los síndromes y trastornos.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS) “salud” es el estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones y/o enfermedades.
También puede definirse como el nivel de eficacia funcional y/o metabólica de un organismo tanto a nivel micro (celular) como en el macro (social). En 1992 se agregó a la definición de la OMS: “y en armonía con el medio ambiente”, ampliando así el concepto.
Enfermedad.
La enfermedad, pues, es un proceso y el status consecuente de afección de un ser vivo caracterizado por la falta de salud, debe tener un origen conocido, un tratamiento médico, pautas comunes, un pronóstico y un diagnóstico fiable, aunque en el caso de las “enfermedades raras” estas características no se van a cumplir en su totalidad.
Por tanto, se puede afirmar con rotundidad que ninguno de los trastornos del espectro autista, ni siquiera el síndrome de Asperger, son una enfermedad.
Síndrome.
Un síndrome, por otro lado, es un conjunto de síntomas o signos conocidos que pueden aparecer juntos aunque tengan un origen o etiología de origen desconocido. A su vez, estos síntomas pueden determinar un trastorno específico.
No obstante en psicología y psiquiatría se puede referir también a un cuadro relacionado con una reacción psíquica ante una situación vital.
Por ejemplo, el síndrome de Estocolmo; donde no hay ninguna enfermedad, sino un cuadro originado por una situación social donde existe un nivel de tensión emocional que genera un modelo de autoprotección, una identificación de la persona que soporta esta situación frente a quienes la crean.
En el caso del síndrome de Down, se conoce el origen del mismo, pero no las causas.
Trastorno.
Un trastorno puede considerarse como la descripción de una serie de síntomas, acciones o comportamientos.
Suele estar asociado a desordenes relacionados con patologías mentales aunque también se asocia a alteraciones de los procesos cognitivos y afectivos del desarrollo, considerando que existe una diferencia significativa respecto al grupo social mayoritario donde se incluye la persona, no existiendo una etiología conocida.
En la mayoría de los casos el desarrollo es anormal desde la primera infancia y sólo en contadas excepciones las anomalías se manifiestan por primera vez después de los cinco años de edad.
Trastornos del espectro autista.
En el caso de los TEA hablamos de “trastornos” en tanto refieren un síndrome que se manifiesta patológicamente.
No son enfermedades puesto que no existe un origen conocido concreto, aunque se sabe que hay cierto componente genético y que se trata de un trastorno psicobiológico, no existe tratamiento farmacológico, no hay dos casos iguales, el pronóstico es variable y el diagnóstico es válido como instrumento pero no como solución.
Estamos ante un problema de desarrollo que se sale del concepto de normalidad pero que no implica enfermedad.
Las personas con trastornos del espectro del autismo pueden tener una salud inmejorable pero seguirán presentando conductas específicas e identificables con el trastorno en sí.
Diagnóstico diferencial.
El diagnóstico es diferencial, además. Esto supone que el síndrome de Asperger (trastorno del espectro autista de nivel 1) es aquello que no encaja con cualquier otro trastorno. Es decir, que Asperger es lo que no es hiperactividad, déficit de atención, trastorno semántico-pragmático, etc.
Que sea así ha convertido el SA en una especie de saco roto en el que caen todos aquellos de los que no se sabe bien qué tienen, del mismo modo que sucedía antes con el trastorno general del desarrollo no especificado o, de acuerdo con la última revisión del DSM, con el trastorno de la comunicación social (Social Communication Disorder) (SCD).
Así que, igual que es frecuente que una persona con Asperger haya recibido antes un diagnóstico erróneo, es bastante habitual que se diagnostique a alguien con Asperger cuando al final tiene otro problema diferente.