
Me alegro de verte. Relato de nuestro libro.
ME ALEGRO DE VERTE.
Para ti, pequeño Peter Pan.
Aunque te lo dedico con mucho temor.
Volvíamos de hacer una visita que en sí misma ya había sido algo difícil, cuatro ocupantes en el vehículo, yo en el asiento del acompañante y el conductor con una verborrea incontenible preguntando.
-¿En qué casa vive tu amigo?
-Ya no vive aquí.
-Bueno ya… Me refería a la familia de tu amigo. ¿Es ahí? ¿Y el negocio de su madre? ¿También está en esta calle? – El coche esquivaba los que había en doble fila intentando pasar calle abajo para llegar a la carretera.
-Pues no estoy segura si su casa es la verde o la rosada. Sólo sé que era en esta calle, en esta manzana, pero nunca he estado en su casa así que no estoy segura. – Contesté.- El negocio lo tienen ahí, donde está ese chico en el portal. – Y entonces le reconocí.- ¡Para!, ¡Para el coche! Es él. – Nunca le había visto vestido tan oscuro, completamente de negro. Le he visto atravesar malos momentos pero nunca con aquella expresión. El corazón me dio un vuelco: apenas se le reconocía a unos metros de distancia.
El conductor paró el coche sumándose a las múltiples dobles filas que ya había en la calle. Coches de todos los modelos y colores parados unos detrás de otros.
-No lo hagas muy largo. Nosotros te esperamos en el coche pero ya vamos con retraso. No tardes. – Me dijo.
-Saludo y vuelvo. No tardaré nada. – Bajé del vehículo y me puse a caminar en dirección al portal. Cuando aún estaba a unos metros comencé a llamarle.- Psss, psssss…
Me miró de pasada y siguió observando a toda la gente que paseaba por aquella calle. Pensé que al llevar la cara tapada con las enormes gafas de sol y el pelo suelto, cosa poco habitual en mí, no me había reconocido.
Repetí:
-Psssss. – Retiré mis gafas de sol y seguí acercándome. Entonces sí me miró. Se quedó inmóvil en aquel escalón y pude leer en sus labios: ¡Que sorpresa! ¡Que alegría verte!, quien lo iba a imaginar… verte aquí… vaya sorpresa… que alegría…- ¡Hola! – Le dije yo, y acerqué mi cara a la suya para darle dos besos en las mejillas.
Me cogió una mano mientras seguía repitiendo aquello de la sorpresa y de la alegría cada vez en voz más baja. Acercó su cara a la mía para recibir esos dos besos que yo iba a darle y cuando le di el primero tiró de mí, acercándome a él, agarrándome con sus brazos con mucha fuerza, sin soltarme, sin ofrecerme su segunda mejilla para mi segundo beso. Se quedó paralizado con mi mejilla pegada a la suya y mi cuerpo pegado al suyo, inmovilizada. ¿Sabes de esos abrazos que las personas sólo te dan cuando están realmente mal?, ¿Sabes de esa sensación de necesidad, de ese “no puedo soltarme, si me suelto me caigo”?, ¿Sabes de esa cantidad de energía circulando a tu alrededor que te hace cosquillas en las palmas de las manos? Es como el abrazo que tu hijo te da cuando se ha caído y le estás reconfortando tras ayudarle a levantarse.
Pues era uno de esos abrazos.
Se apagaba poquito a poco.
Sus brazos trataban de hacer fuerza para sujetarme pero aflojaban lentamente, su cabeza se ladeó para apoyarse en mi hombro y su mejilla y sus labios comenzaron a temblar mientras yo oía, a lo lejos, esa cancioncilla sobre la sorpresa, y la alegría, y que alegría menuda sorpresa. De vez en cuando se oía algo diferente. Creo recordar haberle oído murmurar un par de no me podría haber pasado nada mejor en el día de hoy, un par de ni te imaginas cuánto necesitaba verte y algún que otro qué feliz me siento. Pude oír el chasquido de sus pestañas cuando cerró los ojos.
Sus brazos acabaron de soltarme y al fin pude respirar y ahogarme. Respirar después de haber estado tan apretada no sé cuánto tiempo y ahogarme porque imaginé con qué cara estarían viendo la escena mis tres compañeros de viaje, desde el coche, y la familia de mi amigo desde dentro del comercio.
Traté de alejarme un poco, lo que se dice guardar las formas, pero cuando me separaba volvió a cogerme la mano izquierda y ya no la soltó. Así estuvimos unos minutos, cogidos de la mano, mirándonos frente a frente, preguntándonos mutuamente qué hacíamos en aquella calle ambos, que vivíamos lejos de allí, y comentando cuánto tiempo había pasado sin vernos. Coincidencias, si eso existe.
-No has llamado.
-Lo siento. He pensado en llamarte muchas veces, pero…
-Ni siquiera conoces aún a mi hija que ya va a cumplir ocho meses.- Dije.
-Lo siento. Lo sé. Perdona… Te llamaré, iré a verte y a conocerla, te haré una visita para que me cuentes qué tal fue todo. Te aseguro que iré a verte.
-¿Cuándo?
-No lo sé.
-¿Por qué?
-No lo sé, cuando pueda. No puedo aún… Aunque necesito hablar contigo.
-Ya.
-No me van las cosas bien. – Dijo él.
-Lo sé.
-¿Tú crees?
-Sí. Lo sé hace tiempo. Hace meses que no sé nada de ti. Nunca te habrías olvidado de venir a conocer a mi hija recién nacida. – Dije. Y a la vez pensé que nunca había olvidado felicitarme en mi cumpleaños, excepto este año pero eso no se lo dije.
-Lo siento. Te aseguro que me gustaría mucho conocerla. Estoy seguro que se parece a ti y que es preciosa.
-Lo es, sí. Bellísima.
-Te llamaré. Iré a conocerla en cuanto pueda. Lo prometo.
-Llámame pronto. Quiero que hablemos.
-Sí.
-Me tengo que ir. Me están esperando.
-Gracias.
-¿Gracias?
-Verte ha sido lo mejor que me ha pasado hace mucho tiempo. Ni siquiera estás enfadada. Es reconfortante. Me voy adentro o me pondré a llorar. – Dijo.- Lo siento, me voy, no quiero llorar.
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No le vengas con cuentos a quien sabe de leyendas recoge relatos críticos que ponen en jaque las convenciones sociales. Usando como vehículo historias en las que se ven envueltos los más variados personajes se narra, bajo el punto de vista de alguien con Síndrome de Asperger, la historia de personas que tienen vidas comunes en las que les suceden cosas poco comunes. Los textos presentes en este libro suponen una crítica atroz y mordaz a los conceptos de familia tradicional y hábitat social, a la política, la religión, el sistema judicial y al entorno educativo; a la amistad, al amor, al odio, al perdón y a la venganza. Cada narración permite una lectura superficial en la que se encuentra una historia amena y, a la vez, sugiere una lectura más profunda, cargada de reflexión, que pretende que el lector se haga a sí mismo preguntas de mucho calado. El universo visto con los ojos de una persona con Síndrome de Asperger.