Es peor todavía cuando tú estás segura de que algo va mal y nadie te cree, y cuando nadie más que tú ve que algo ocurre, y cuando todos te dicen que exageras, que seguramente ves lo que no hay porque tú no sabes, y cuando todos te miran con desaprobación diciéndote que igual es que no estás lista para ser madre, que por eso todo te parece difícil, diferente, duro… o que estás loca.
Y tú sigues llevando a tu hijo o hija de un lugar a otro, de un especialista a otro, porque asumes que da igual lo que los demás piensen, que tal vez es cierto que no estás hecha para ser madre y no sabes criar y por eso todo se te hace más duro que a otras madres, pero sigues pensando que a lo mejor todos se equivocan, menos tú, y tu hijo o hija sí necesita la ayuda que estás dispuesta a conseguirle pagando el precio que sea: incluso asumiendo que, tal vez, tú no sabes ser madre y no estás hecha para criar.
El desgaste psicológico de las mamás (también de algunos papás, pero mucho menos) desde que perciben que algo sucede hasta que consigue un diagnóstico en firme y, salvo excepciones, las críticas y las barreras a las que se enfrenta hasta lograrlo, pueden prácticamente destruir el estado de ánimo, la autoestima y la energía de esa mujer (u hombre).
Hasta que el tiempo te da la razón.
«Las personas, aún cuando presenten las mayores y más significativas discapacidades, tienen derecho a controlar y gestionar los aspectos relevantes de sus vidas, del mismo modo que el resto de sus conciudadanos. Y con el apoyo adecuado, pueden lograrlo. Sin pausa hemos de conseguir que se vayan consiguiendo más y más personas, profesionales o familiares, dispuestas a esta importante misión de mejorar las vidas y el control personal sobre ellas de quienes presentan discapacidad«. Javier Tamarit.