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Trastornos específicos del lenguaje y autismo/Asperger.

La definición del trastorno específico del lenguaje (TEL) es fundamentalmente negativa (criterio de exclusión) ya que se diagnostica con TEL al niño con un trastorno del lenguaje evidente que, por lo demás, oye normalmente, o al menos suficientemente bien, quiere comunicarse, tiene un cociente intelectual normal, no tiene autismo y no tiene tampoco ningún tipo de trastorno neurológico ni obstáculo anatómico que impida la producción del habla.

Así, el TEL se refiere a una alteración en la expresión o comprensión del lenguaje que no puede justificarse por sordera, déficit motor, retraso, déficit intelectual, trastornos emocionales o exposición insuficiente al lenguaje. Si se produce la ausencia completa del habla diremos que existe afemia.

El TEL fue rebautizado por Bishop como Trastorno pragmático del lenguaje y Marc Monfort asegura que no hay consenso sobre la existencia independiente de este síndrome, aunque la evolución a largo plazo de estos niños hacia una normalización progresiva constituye el argumento principal de los defensores de esta opción y el principal rasgo diferenciador respecto a los niños del espectro autista.


Los niños con problemas secundarios del lenguaje (trastornos del lenguaje secundarios) serían, entonces, los que tienen afectación lingüística y un diagnóstico principal de TDAH, epilepsia o autismo.

El lenguaje no se debe contemplar aislado de otros aspectos del desarrollo del niño. Además, la variada sintomatología y heterogeneidad que caracterizan el TEL hace patente la necesidad de hacer subgrupos, no sólo para precisar la descripción del fenotipo sino además para facilitar una identificación e intervención tempranas.

Por otro lado, según el criterio de Rapin, se define en el autismo un déficit lingüístico que no difiere esencialmente de los descritos en el niño no autista y que puede determinarse en 4 tipos esenciales:
Agnosia auditiva verbal. Descrito por Rapin en 1977. En estos casos existe una incapacidad para descodificar el lenguaje recibido por vía auditiva. En los niños TEA con este nivel de afectación, no se observan, a diferencia del niño puramente disfásico, esfuerzos para comunicarse mediante medios no verbales: dibujos, gestos. Por el contrario, el niño simplemente utiliza al adulto como un objeto manipulado para satisfacer sus deseos.

Es típico constatar como el niño toma de la mano a su madre, dirigiéndola a su objetivo, sin mediar ninguna mirada, ni cualquier otra interrelación comunicativa. Los TEA con esta disfunción lingüística suelen ser los más graves. Se añade habitualmente un retardo mental.
Síndrome fonológico-sintáctico. Es el trastorno específico del lenguaje más habitual, tanto entre personas con TEA, como en quienes no presentan ningún trastorno autista. Se expresa por pobreza semántica y gramatical acompañada de una vocalización deficiente, lo cual condiciona un lenguaje poco inteligible sobre todo para los adultos no familiarizados con su forma de hablar. Si bien la comprensión está más o menos alterada se manifiesta especialmente como un déficit expresivo.

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Síndrome léxico-sintáctico. En estos casos la afectación reside principalmente en la capacidad para evocar la palabra adecuada al concepto o a la idea. A pesar de que la producción verbal es fluente, a poco que se analice, se aprecia una pobreza expresiva. Debido a que se añaden dificultades pragmáticas es difícil establecer los límites de este trastorno, tanto con respecto al síndrome semántico-pragmático, como con el fonológico-sintáctico.
Síndrome semántico-pragmático. El TEA no solo presenta trastornos referidos a aspectos formales del lenguaje (sintaxis, léxico, fonología, prosodia), sino que el uso social o comunicativo del mismo también suele estar alterado. Sensibles a este problema Rapin y Allen describieron en 1983 el llamado “síndrome semántico-pragmático”.

Más tarde, a partir de la descripción inicial, Bishop y Rosenbloom (1987) propusieron modificar la denominación por la de “trastorno semántico-pragmático” al considerar que más que un síndrome específico se trataba de un problema muy ligado al autismo.

Estos autores hicieron notar que muchos niños con alteración semántico-pragmática, a los cuales de ningún modo se les habría considerado autistas en una valoración superficial, sometidos a un análisis minucioso evidenciaban problemas de relación social que los podían aproximar al síndrome de Asperger. Los aspectos pragmáticos del lenguaje se sustentan en las habilidades lingüísticas, pero también dependen de las habilidades cognitivo-sociales del individuo.

De aquí que este trastorno sea especialmente interesante en los TEA, puesto que en el autismo se conjuga la alteración lingüística con la alteración en la relación social, sustentada en una dificultad para interpretar el pensamiento del interlocutor.

Teniendo en cuenta estas variables Bishop empezó a difundir la idea de que los trastornos específicos del lenguaje y trastornos autísticos no son términos excluyentes, sino que por el contrario se ubican en un continuo.

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Los niños con recursos comunicativos relativamente buenos, pero con falta de habilidades sociales se aproximarían al síndrome de Asperger; los niños con relativamente buena relación social, pero con mayor trastorno del lenguaje estarían ubicados en el trastorno semántico pragmático y, por último, los niños con alteración en los dos sentidos, social y lingüístico, constituirían el autismo clásico.

En un trabajo más reciente Shields y su equipo comparan niños con trastorno semántico-pragmático con niños autistas de funcionamiento elevado y encuentran similitudes entre ambos grupos. En los dos grupos los resultados indican disfunción de hemisferio derecho y disfunción cognitiva social. En una revisión de Gagnon al comparar autismo altamente funcional y niños diagnosticados de síndrome semántico pragmático se concluye que no se pueden establecer diferencias sintomáticas que marquen una frontera entre unos y otros.

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