
Seguimos luchando.
Podemos manifestarnos, encerrarnos, huelguear, quejarnos, difamar, gritar y ofendernos durante semanas enteras; pero también podemos patalear en las calles, edificios oficiales y despachos de funcionarios con responsabilidades; podemos redactar quejas, recoger firmas, emitir desmentidos, exigir corrección y demás.
Tenemos por delante 365 noches larguísimas en las que escribir relatos, hacer puzzles o rellenar sudokus tratando de evitar el insomnio, que es algo crónico en nosotros ya. Tenemos cincuenta y pico fines de semana para montar mesas informativas, atender a medios de comunicación, recaudar fondos para dar a nuestros niños los servicios que la sanidad pública no les financia y defender los derechos de nuestros pequeños en los colegios, la administración, la calle, el parque, el autobús o donde sea.
No nos rendiremos señores, porque es el bienestar de nuestros hijos el que está en juego, y porque nosotros, por nuestros hijos no solo morimos: también matamos si es necesario.