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Cómo afrontar y resolver los conflictos con los hijos e hijas.

La ONG internacional Save The Children tiene una escuela para padres y madres en su página Web en la que explican y aconsejan sobre crianza, parentalidad positiva y resolución de conflictos. Abordan temas como el de cómo actuar ante el acoso y el ciberacoso, cómo hablar de sexualidad con tus hijos, alternativas al cachete, la educación positiva basada en el respeto y la confianza, etc. 

Como madre, como padre, desarrollas un papel clave en proporcionar a tus hijos las herramientas necesarias para que puedan defender sus derechos, dicen, ¿tienes todos los recursos necesarios para ayudarles? – Preguntan.

Aquí vamos a reproducir los consejos que ellos dan a los educadores para afrontar y resolver los conflictos con los hijos/as y cómo evitar el tan usado cachete y los castigos que no son ni eficaces ni productivos. Al final de esta página encontrará un enlace para descargar una guía gratuita sobre educación en positivo.

Las relaciones afectivas aportan seguridad y mejoran nuestra calidad de vida pero también derivan en problemas cuando existen distintos intereses o puntos de vista. Los conflictos pueden resultar dolorosos y complicados de afrontar porque generan emociones negativas intensas.

En estas situaciones, la mayoría de los adultos sabemos que es necesario emplear estrategias (escuchar las demandas del otro, expresar las nuestras, dialogar) para tratar de encontrar una solución pacífica que satisfaga a ambas partes. 

Aunque a veces nos cueste templar los nervios y aproximarnos a la postura del otro, jamás nos planteamos abofetear o pegar un cachete, insultar o amenazar con un castigo a nuestra pareja, amigos, compañeros de trabajo o empleados en un negocio si hacen algo que nos molesta, si su comportamiento nos parece irritante. Si eres capaz de controlarte en estos casos, ¿por qué no con tu hijo o hija?

Los conflictos con nuestros seres más próximos son pruebas de resistencia que nos ayudan a conocernos mejor a nosotros mismos y a nuestros allegados. Si conseguimos solucionarlos de una manera no violenta, permiten estrechar los lazos de esa relación afectiva, ya que indicará que el amor que nos une está por encima de las adversidades, el egoísmo, los malos entendidos o el orgullo.

Todos los implicados deben ser conscientes de su parte de responsabilidad en el problema y tener voluntad de resolverlo. Si algún miembro no tiene interés o sus emociones le impiden estar abierto a buscar una solución, no será posible llegar a conciliar posturas. También es necesario saber cuándo es el momento idóneo para intervenir. Si estamos muy enfadados o tensos con alguien, no es útil sentarnos a hablar en ese momento, ya que es muy probable que nuestro malestar aumente y se bloquee la comunicación.


   
Claves para solucionar los conflictos:

Solucionar problemas de manera pacífica exige un ejercicio de autocrítica, de explorar nuestras motivaciones y debilidades y de honestidad con nosotros mismos y con el otro. Requiere desplegar herramientas de comunicación útiles como:

   • La escucha activa. Tratar de entender lo que el otro quiere decirte aunque no compartas su punto de vista.

   • Ponerte en su lugar. Es importante que muestres empatía, que se note que quieres entenderle.

   • Mantener un clima de respeto y cordialidad. Jamás emplees actitudes agresivas como insultos, reproches o amenazas: extreman las posturas de las personas enfrentadas y crean un clima muy desfavorable.

   • Negociar. Hay que buscar salidas al problema y, seguramente, todos tendréis que ceder en algo y asumir compromisos. No se pueden justificar las respuestas violentas pensando que son inherentes a nuestra naturaleza y que por ello son inevitables.

Reaccionar de manera violenta es la vía más rápida y fácil, pero no la única posible si contamos con alternativas o herramientas para manejar la frustración que experimentamos ante los problemas y buscamos soluciones eficaces para resolverlos. Pensamos erróneamente que como con niños pequeños no se puede dialogar porque no entienden el cachete es lo más efectivo.

Los órganos que intervienen en el habla, al nacer, no están preparados para funcionar aún pero el cerebro “emocional” del bebé ya procesa estímulos de este tipo. Antes de adquirir la capacidad de expresarse o entender totalmente el lenguaje hablado (a partir de los 36 meses su entendimiento es casi total), captan perfectamente la intencionalidad del mensaje que le transmites a través de los códigos de comunicación no verbales: los gestos, las expresiones faciales y el tono de la voz de sus padres. El niño o la niña pueden comprender si haces un esfuerzo para adaptar tu lenguaje y tus mensajes y establecer un diálogo con él.

El cachete no es buena elección para evitar conflictos.

Otros mitos en torno al cachete que se suelen manejar son:

– Que el cachete no es violento y a los niños se les olvida enseguida. Pero el cachete, tirón de pelo, zarandeo, el insulto, la amenaza, avergonzarle ante otros por su comportamiento, decirle que dejarás de quererle porque no hace lo que quieres, son las tácticas más comunes que algunos adultos emplean para educar a los niños y las niñas cuando no disponen de herramientas de comunicación adecuadas y tampoco se paran a pensar en el impacto que esto tendrá en el desarrollo de sus emociones.

Imagina que tu pareja, amigos, familiares o compañeros de trabajo actúan de esta manera contigo cada vez que te equivocas o haces algo de lo que no puedas sentirte orgulloso. Nuestros sentimientos no difieren mucho de los que experimentan los niños y las niñas, salvo en algo muy importante: nosotros sabemos dónde está el límite de lo que es real y lo que no.

En la edad adulta disponemos de herramientas para manejar la humillación, la tristeza, el dolor y la rabia a lo largo de nuestra vida, mientras que un niño o niña no dispone de esta autoprotección. Además, el cerebro procesa y gestiona emociones primarias: miedo, alegría, tristeza o ira desde que nacemos. La experiencia de las emociones vividas genera asociaciones, huellas o memorias implícitas de gran carga emocional. Estas huellas, incluso cuando se generan en la edad más temprana, influirán en la forma en la que cada individuo vive las emociones, su tendencia a experimentar un tipo de emoción o en la forma de reaccionar ante ella.

– A veces pensamos que “a mí me pegaron de pequeño y no tengo ningún trauma” pero la verdad es que no podemos saber cómo seríamos si nos hubiesen educado de otra forma. Tal vez, a lo largo de nuestra propia infancia hemos recibido mucho amor, pero también nos hayamos llevado algún azote, cachete, insulto o desaprobación humillante por parte de nuestros padres y esto no nos parezca algo malo ni traumático. Pero no debemos asumir como natural la convivencia de amor y violencia. Siempre podemos hacerlo mejor y más aún aprovechando el conocimiento recopilado en estas últimas décadas sobre modelos efectivos de crianza de acuerdo al desarrollo emocional y cognitivo de los niños.

– Cuando un niño sale “torcido”, el azote es la única manera de corregir. Quienes justifican el uso del castigo físico con los niños suelen pensar que el niño “no entiende el lenguaje” o “el niño es incapaz de pensar por sí mismo”. La normal con este razonamiento es usar el sistema de premios y castigos (la amenaza, el insulto o cachete) porque según este enfoque, los niños o las niñas, al igual que las mascotas, no tienen otra forma de entender. Esta actitud refleja la falta de conocimiento de los niños, de su evolución y desarrollo, de sus capacidades y emociones. Es también el resultado de cierta prepotencia ante los niños, falta de respeto y empatía y carencia de habilidades o herramientas por parte del adulto.

– Un cachete a tiempo evita males mayores. Otro error que mucha gente piensa. El niño y la niña, en torno al año, empieza a desplazarse por sí mismo y necesita explorar el mundo que le rodea, tocarlo todo, pero se encuentra ante muchos peligros de los que no es consciente. En estos casos, se justifica la utilidad del cachete porque interrumpe la intención del niño hacia el objeto o acto peligroso, basándose en la asociación negativa: tocar o hacer es igual a susto o dolor.

El niño o la niña necesita experimentar mediante el ensayo-error, probar y conocer mediante los sentidos, para que sus capacidades intelectuales se desarrollen. Evitar este impulso castigando es contradictorio y, en la mayoría de las ocasiones, inútil porque el interés por conocer su entorno es más potente que la amenaza del castigo.

Es responsabilidad del adulto fomentar la curiosidad innata del bebé y al mismo tiempo evitar exposiciones a posibles daños: no dejar productos químicos, medicinas u objetos punzantes a su alcance; poner protectores en los enchufes; tener cuidado con electrodomésticos encendidos. Es muy importante que estés siempre vigilante desde la distancia, pero también que le permitas desarrollar su autonomía mientras realiza sus incursiones y exploraciones.  


   
Alternativas al cachete, grito, amenaza:

Ser padre o madre no es una tarea nada fácil y la mayoría intenta hacerlo lo mejor posible evitando patrones de su propia crianza con los que no está de acuerdo, o incluso repitiéndolos ante su asombro. Antes de nada, calma.

El hecho de que estés leyendo esta guía indica que algo te remueve por dentro, que tienes inquietud por mejorar como padre o madre y sobre todo, que quieres a tu hijo o hija y esperas que sea feliz a tu lado. El niño o la niña entiende el dolor y la humillación que provoca el cachete o el insulto y lo asocia a que si no acata las órdenes, se le castiga de esta manera. Sin embargo, el castigo físico se ha demostrado que no es eficaz y, lo que es peor aún, el niño aprende que amor y violencia pueden ir de la mano, que cuando soy más fuerte puedo ejercer el poder sobre otro para imponer mi voluntad, que la inmediatez de la fuerza es más útil a la opción del diálogo y el establecimiento de límites.

Es verdad que la opción del diálogo y el establecimiento de límites requiere más esfuerzo, tiempo y dedicación, pero los resultados son muy positivos: ¿no vas a intentarlo? Para empezar, tenemos que caer en la cuenta de que tanto educar con autoritarismo (aquí mando yo), como con demasiada permisividad (dejando que el niño o la niña haga y deshaga a su antojo o comprándoles todo lo que quieren para que nos dejen en paz), tiene consecuencias perjudiciales para ellos, para la familia y para el conjunto de la sociedad. El estilo autoritario trata de enseñar con límites impuestos por el miedo, sin espacios para razonar, dialogar y entender.

El permisivo se desentiende de dar pautas y de enseñar lo que es correcto y lo que no, de respetar los derechos de otros y los propios. Uno, prepara ciudadanos sumisos o agresivos, personas a las que no se les enseña a razonar, a cuestionar o a tener criterio propio. El otro, contribuye a crear ciudadanos egoístas, que muestran bajas dosis de empatía y falta de solidaridad o respeto por el bien común.

Existe un camino alternativo: la educación asertiva, que parte de comprender que nuestros hijos son personas singulares, con cualidades propias, distintas a las nuestras. Respetar su ritmo, su proceso evolutivo y actuar en consecuencia, proporcionándoles amor, seguridad y autoestima, y guiándoles con normas y límites, son las bases de esta propuesta de crianza.

El presente de los niños forja el futuro de su personalidad y de sus códigos de conducta cuando lleguen a la edad adulta. El niño o la niña tiene mucha curiosidad y gran capacidad de aprender. Absorben como esponjas nuestros gestos, muletillas, forma de hablar y también nuestra forma de resolver los problemas. No podemos exigir ni esperar que nuestros hijos se comporten de manera diferente a como lo hacemos nosotros, somos sus guías y referentes, tanto en lo bueno, como en lo malo. Podemos ofrecerles el mejor ejemplo con la manera en que les educamos, les guiamos y protegemos: con respeto, diálogo y confianza mutua.

Cómo afrontar y resolver los conflictos con los hijos e hijas., MuNDo AsPeRGeR

Normas y límites: cómo y cuándo.

La mayoría de las personas siente cierta resistencia hacia las normas impuestas, aquellas que se deciden sin tener en cuenta su opinión. Por el contrario, cuando la gente participa activamente en una decisión o en una norma que les afecta se sienten más motivados a cumplirla. Los adultos debemos guiar este proceso y tratar de llegar a acuerdos justos para nosotros y para los niños. Esto no es lo mismo que dejar al niño imponer su voluntad, pero las normas se pueden discutir y consensuar:

• Todos los miembros de la familia deben tener claro que las normas se establecen porque son útiles para la convivencia familiar, el bien común (ayudar en las tareas de la casa, no estropear los muebles) o individual (hora de aseo e ir a la cama, hacer los deberes).

• Las normas deben tener un motivo e ir acompañada de una explicación clara, tanto para el adulto, como para el niño. Debes utilizar un lenguaje sencillo y adaptado a la edad del niño o la niña. Es necesario asegurarse de que comprenden tanto la norma (qué hay o qué no hay que hacer) como el porqué.

• Las normas deben estar adaptadas a la edad del niño o la niña y hay que enseñarles cómo hacer para cumplirlas. Es necesario supervisar y tomar precauciones si algunas tareas impuestas implican riesgos para ellos.

• A partir de los 5 o 6 años se pueden dialogar y pactar las normas y límites. Hacerles participar en el establecimiento de normas y límites estimula la capacidad de decisión de los niños, les hace sentirse importantes y facilita su desarrollo social y el sentido de la responsabilidad. Además aumenta su disponibilidad y motivación para cumplir los acuerdos.

• Es necesario elegir un buen momento para establecer las normas. No es útil poner normas cuando esté entretenido con otras cosas (jugando, viendo la tele) o cuando esté enfadado o nervioso. Tampoco debes hacerlo cuando tú mismo estés nervioso, cansado o enfadado.

• Las normas deben establecerse en un ambiente de cariño e interés por el niño o la niña. Si en un momento de nervios gritas a tu hijo o hija sin haber explicado bien lo que debía hacer, pedirle disculpas y decirle que no volverás a hacerlo es una buena manera de guiarle mediante tu ejemplo. Si se lo explicas bien y eres consistente, el niño o la niña puede entender que  pones normas y límites porque le quieres.

• Las normas no deben ser excesivas. Cuando el niño o la niña tiene muchas normas, posiblemente no pueda cumplirlas todas y se sienta presionado. Necesitan tener tiempo para descansar y jugar, pues es imprescindible para su desarrollo, además de un derecho de la infancia. Ofrécele alternativas a las limitaciones o prohibiciones, los niños no pueden desarrollarse en un ambiente en el que todo está prohibido.  


   
Sanciones: 

 A todos nos cuesta cumplir determinadas normas por comodidad o propio interés; a los niños también. Para ayudarle a autorregular su comportamiento y controlar sus emociones, además de marcar límites, puedes aplicar sanciones si decide saltarse las normas. Pero no todo vale:

• Las sanciones deben ser claras y predecibles. El niño o la niña debe saber previamente qué consecuencias conlleva el incumplimiento de las normas. Por ejemplo, no hacer las tareas escolares conllevará que durante el fin de semana no podrá ver la TV.

• Las sanciones deben ser proporcionadas, no prolongarse en el tiempo y tener un sentido reparador del daño causado. Con frecuencia se piensa que si los castigos “duelen” serán más efectivos y se garantizará que no se repita cierta conducta. Pero cuando se castiga a los niños de manera dolorosa (un golpe, gritos, insultos) provocamos culpabilidad, tristeza o rabia. Estos sentimientos no les permiten reflexionar sobre el daño causado, ni les muestran una alternativa para reparar su error. Por ejemplo, una niña que golpea a su hermano puede ser sancionada haciendo que ayude a curar la herida y después que ayude a su hermano en alguna tarea que a ella no le agrade, o hacerle un favor especial. Esto permite que la niña que ha agredido se sienta mejor por ayudar a quien lastimó, en lugar de bloquearse o ponerse a la defensiva si el adulto le grita, le pone en ridículo o le da un cachete.

• Se deben aplicar inmediatamente y de manera consistente. En las familias con dos progenitores, es importante que ambos estén de acuerdo tanto en las normas como en las sanciones, en su contenido y duración. Si no respetan entre ellos las decisiones que adoptan, el niño no tomará en serio a sus figuras de autoridad. Si todo queda en la amenaza, la sanción pierde su valor educativo, corrector y los niños aprenden que salirse con la suya es más rentable que asumir responsabilidades.

• Las sanciones deben establecerse y aplicarse cuando todos estemos serenos y los padres podamos mostrar y mantener una actitud tranquila pero firme. La comunicación asertiva como herramienta útil. Haz que tus mensajes sean claros para tu hijo o hija.

• Asegúrate de que el niño pone atención cuando le estás hablando: agáchate o siéntate a su lado para quedarte al nivel de sus ojos y mírale directamente. Puedes pedirle que repita lo que le has explicado.

• Habla con voz firme, tranquila y clara. Intenta no levantar la voz ni amenazar, esto le pondrá nervioso y desviará su atención de lo que estás diciendo.

• No sirve de nada establecer luchas de poder. Las frases “aquí mando yo“, “porque lo digo yo” o “se hace lo que yo diga, y punto”, no son eficaces y educan desde la imposición y lo que realmente transmiten es: “tengo la razón porque tengo poder sobre ti, no porque tenga argumentos o buenas razones”. Si al niño o niña le explicas antes de que incumpla la norma la razón por la que debe respetarla y por qué se le sancionará si no lo hace, lo entenderá. Aunque no le guste, será más fácil que lo acepte.

• Intenta evitar el uso de expresiones negativas. Cambia el “no toques eso” o “no hagas eso” por “toma, juega con esto otro” o “¿por qué no haces esta otra cosa?”. Ofrece alternativas, no todo puede estar prohibido.

• Procura que tu expresión facial sea acorde con el estado que quieres expresar. Si estás orgullosa, sonríele. Si tienes que sancionarle, pon expresión facial seria pero no de enfado, ni amenazante (manos en la cintura, cara del mal genio, subir los ojos en gesto de desesperación). Entenderá que le estás diciendo algo importante, pero no se pondrá a la defensiva.

• Practica la escucha activa. Muestra todos los días interés por tu hijo o hija. Dedícale un tiempo, deja de hacer lo que tengas entre manos para escucharle. Mírale a los ojos. Antes de castigar o regañarle, pregunta qué ocurrió y escucha con atención. Déjale hablar y explicarse. Puedes preguntar de distintas maneras lo que has entendido para asegurarte de que no ha habido un malentendido en la comunicación. ¡Respetar el turno de palabra es fundamental!

• Evita los reproches. Frases como “me pones de los nervios, no te soporto”, “trabajo todo el día, me sacrifico por ti y me lo pagas de esta manera” crean malestar y no producen el efecto deseado: no le ayuda a ponerse en tu lugar, solo a sentirse rechazado y culpable. Tú eres el que controla tus emociones, no el niño o la niña. Es mejor decir “me enfada o me disgusta mucho que hagas esto”, “no entiendo por qué te portas así, explícamelo”.

• No pongas sanciones o intervengas en un conflicto cuando estés cansado o furioso. Puede llevar a tomar decisiones erróneas y poco efectivas. Si te sientes desbordado, sal de la habitación, cuenta desde 30 para atrás, practica la respiración abdominal, trata de calmarte. Después, con las ideas más claras, habla con tu hijo o hija y expresa tu malestar. Nunca amenaces con pegarle, ridiculizarle o le humilles delante de otras personas.

• Reconoce sus valores y actitudes positivas. Felicítale por sus méritos y logros, sobre todo por aquellos que le cuestan más, aunque el progreso sea pequeño. Explica exactamente por qué estás feliz por su comportamiento: “has sido muy amable con tu hermano, le has ayudado a recoger la mesa sin que te lo pidiese, estoy muy contento” o “has sido muy generoso compartiendo tus juguetes con ese niño, eso me gusta”.

• Si te das cuenta de que has cometido un error, discúlpate. Es el mejor ejemplo para que tus hijos e hijas asuman que equivocarse y reconocer los propios errores es muestra de franqueza y valentía, y no de debilidad.

• Demuestra el afecto abiertamente. Dedica tiempo a hablar con él o ella sobre los asuntos que le preocupan y le hacen feliz, sus amigos o el colegio. Demuestra orgullo con abrazos, besos, gestos cariñosos y cómplices. Tu hijo o hija necesita que el afecto se demuestre abiertamente, no da por hecho que le quieres. Si es pequeño, juega con él o ella. Usa tu sentido del humor, pero jamás te burles de sus miedos o les quites importancia. 

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Extracto comentado y adaptado de la guía de Save The Children titulada ¿Quién te quiere a ti? Guía para padres y madres: cómo educar en positivo. Autoras: Romina González y Yolanda Román. Hablamos del vínculo afectivo y su importancia en la relación con tu hijo o hija: seguridad y confianza.
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