
Asperger como etiqueta.
La etiqueta de “Asperger” ha demostrado ser popular y aceptable. Se sigue usando aunque ya no aparece en el DSM-V y creemos que se seguirá usando también cuando la CIE-11 entre en vigor (2022) ya que es una denominación ampliamente usada por los familiares y las propias personas y diagnosticas y, además, la introducción de esta entidad diagnóstica logró en su momento suscitar la investigación sobre las posibles diferencias entre éste y otros sub grupos de los trastornos del neurodesarrollo.
Sin embargo, aunque claramente se trata de una entidad diagnóstica útil, una serie de trabajos publicados han argumentado que los criterios empleados para el síndrome de Asperger no funcionan clínicamente [1], es decir, que no son útiles para la práctica clínica.
Por ejemplo, los detalles iniciales sobre el lenguaje son difíciles de establecer retrospectivamente, especialmente para los niños mayores y para los adultos, es posible demostrar sin dificultad que la mayoría de los casos de Asperger, en base a estos criterios, podrían ser diagnosticados estrictamente con el autismo ya que para cumplir los criterios para Asperger una persona necesitaría no cumplir los criterios de comunicación para el autismo (diagnóstico diferencial) pero resulta que este criterio, que establece entre otras cosas un notable deterioro en la capacidad de iniciar o de sostener una conversación con otras personas se suele cumplir en las personas con síndrome de Asperger.

Así que los criterios sobre el uso precoz del lenguaje no delimitan un subgrupo distinto con diferente resultado, etiología, perfil neurocognitivo o necesidades de tratamiento y, por eso (entre otras cosas), en la edición quinta del DSM se unifica Asperger con el resto de trastornos del espectro autista, para que todas las personas que tengan un deterioro significativo en la comunicación social, de intereses y conductas repetitivas/restrictivas, puedan contar con criterios adecuados de diagnóstico.
En la práctica encontramos que dependiendo del diagnosticador, el país en el que se hace el diagnóstico y las características únicas de la persona diagnosticada, el resultado se atiene a la clasificación de la CIE-10, CIE-11, del DSM-IV o del DSM-V utilizando en la mayoría de los casos denominaciones «no protocolarias» como autismo leve, autismo de Kanner, autismo severo, autismo, autismo atípico, Asperger leve, Asperger, trastorno generalizado del desarrollo no especificado (TGDne), trastorno generalizado del desarrollo, etc.
Si nos basamos en el DSM-V [2] podemos encontrar solo dos categorías diagnósticas para este tipo de trastornos: del espectro autista y de la comunicación social y en la CIE-11 todos se han agrupado en el epígrafe de «trastornos del neurodesarrollo».
[1] Mayes et al., 2001; Ozonoff & Miller, 2000; Leekam, Libby, Wing, Gould y Gillberg.
[2] En el DSM-IV-TR dentro de los trastornos generales del desarrollo se incluía el trastorno autista, Rett, desintegrativo infantil, Asperger y trastorno generalizado del desarrollo no especificado. En el CIE10 dentro de trastorno generalizado del desarrollo se incluía el autismo en la niñez, autismo atípico, síndrome de Rett, trastorno asociado a hiperactividad con retraso mental y movimientos estereotipados y síndrome de Asperger.
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